¿Cuántas veces has deseado tener un manual de instrucciones para la vida? Algo que te diga, sin rodeos, qué decisión tomar, qué camino elegir, qué paso dar. El Salmo 32:8 es exactamente eso: «Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos». No es una promesa abstracta. Es la guía que siempre has buscado.
La primera parte —«Te haré entender»— es la respuesta a esa sensación de estar perdido. Dios no te deja en la oscuridad. Él ilumina tu mente, ya sea a través de un versículo que cobra vida en tu lectura, una conversación inesperada, o esa voz interna que, de repente, sabe exactamente qué hacer. No es casualidad. Es Dios actuando.
Luego viene la promesa de enseñanza: «Te enseñaré el camino». Aquí no hay lugar para el error. Dios no te lanza a un laberinto y te desea suerte. Él te capacita, te prepara, te equipa para el viaje. Puede que el camino no sea el que esperabas, pero será el que te lleve a donde Él quiere que estés.
Y la frase final —«Sobre ti fijaré mis ojos»— es la garantía de que no estás solo. En un mundo donde es fácil sentirse abandonado, Dios te asegura: «Te veo. Te cuido. Te protejo». Su mirada no es pasiva. Es activa, constante, llena de un amor que no se cansa.
Si hoy te sientes abrumado por las decisiones, recuerda esto: Dios no te pide que lo tengas todo resuelto. Solo te pide que confíes en Su guía. El resto, Él lo manejará. Porque al final, Su plan para ti siempre ha sido mejor de lo que podrías imaginar.

