
En un laboratorio oculto en el distrito tecnológico de Shenzhen, donde los ingenieros trabajan hasta altas horas de la noche bajo la luz fría de las lámparas LED, AheadForm ha logrado lo que muchos consideraban imposible: un robot que no solo habla y se mueve, sino que interpreta emociones humanas con una precisión que desafía los límites entre lo artificial y lo real. «No estamos creando máquinas, estamos creando compañeros», declara Li Wei, cofundador de la empresa, mientras Origin M1 gira su cabeza hacia él y esboza una sonrisa que, por un instante, hace olvidar que se está mirando a un dispositivo mecánico. Este no es un avance casual, sino el resultado de una estrategia nacional que ha convertido a China en el líder indiscutible de la robótica emocional, un campo donde Occidente aún debate los riesgos éticos mientras los chinos ya están implementando estas tecnologías en hospitales, escuelas y centros de atención al cliente.
La clave del éxito chino no está solo en la tecnología, sino en su enfoque holístico. Mientras empresas como Boston Dynamics (EE.UU.) o Engineered Arts (Reino Unido) se centran en la movilidad o el realismo físico, China ha priorizado la conexión emocional. «Occidente habla de robots, nosotros hablamos de relaciones», explica Yuhang Hu, investigador principal del proyecto, mientras muestra cómo Origin M1 ajusta sus expresiones faciales según el tono de voz de su interlocutor. Este enfoque no es casual: en un país donde el 30% de la población tendrá más de 60 años para 2030 y donde la soledad urbana afecta a millones, el gobierno chino ve en estos robots no solo una innovación, sino una solución social. «No se trata de reemplazar a los humanos, sino de complementarlos en áreas donde hay carencias», añade Hu, mientras el robot asiente lentamente, como si estuviera de acuerdo.
Pero este liderazgo no está exento de controversias. Críticos como el filósofo Zhang Weiwei advierten que depender emocionalmente de máquinas podría tener consecuencias impredecibles. «¿Qué pasa cuando un robot se convierte en el único ‘amigo’ de una persona?», cuestiona, mientras observa cómo un prototipo de Origin M1 interactúa con un anciano en un asilo de Shanghai. «Estamos creando una generación que podría preferir la compañía de máquinas a la de otros humanos», añade, mientras el robot, con un gesto casi imperceptible, inclina la cabeza en señal de escucha, como si estuviera absorbiendo sus palabras.
Sin embargo, para el gobierno chino, los beneficios superan los riesgos. En un país donde el envejecimiento de la población y la migración masiva a las ciudades han dejado a millones de ancianos solos, los robots emocionales podrían ser la clave para aliviar la crisis del cuidado de la tercera edad. «No es solo tecnología, es una respuesta a un problema social real», explica Li Wei, mientras muestra un video donde Origin M1 ayuda a un anciano a recordar cómo tomar sus medicamentos, no con instrucciones frías, sino con un tono de voz cálido y gestos que transmiten paciencia y preocupación genuina. «En una sociedad donde la familia tradicional se está desintegrando, estos robots pueden ser un puente», añade, mientras el prototipo parpadea y sonríe, como si estuviera de acuerdo.